Lucía sobre
su cabellera otrora morena y ahora casi blanca, la vana esperanza de
robarle a la vida, la deuda eternamente prometida de un café con
leche junto a su presencia. Una cita en consonancia con el tiempo
ingrato que había tenido que sobrellevar malamente, pues ya hacia
largos años que esperaba la llamada que concretara aquella velada
con su diva. Era pues, aquel, un maltrecho espécimen del sendero de
la vida gris, un ser con una capacidad de optimismo sin parangón
entre mi especie, de naturaleza ciertamente mas realista -y decididamente
pesimista- ante la situación concreta de nuestro buen hombre.
Nunca,
cuando coincidía con este, mas menos un par de veces a la semana, en
la barra del Bar "La Barbería", este hombre dejo de transmitirme su
real esperanza a esa llamada de su idílica hembra suntuosa. Aun
cuando hacia mas de dos década de su ultimo encuentro y que ella no
dispusiese de su actual número de teléfono -Y menos aun el, del de
ella-, albergaba su total convicción en que su amada hallaría la
forma de ponerse en contacto con el. La clientela residente en la
tasca, hacia años que lo tomaba por un amable loco borrachín y le
dejaba desgramar cada día su relato y su loca esperanza. Yo mismo
nunca me atreví a poner un poco de cordura frente a sus románticos,
etílicos y entrañables ojos.
La
historia no tendría mas recorrido amigos míos, sino fuera porque
hace una par de meses, una llamada aconteció en la tabernaria calma
de una tarde de agosto. En la escena, solo un par de parroquianos,
nuestro hombre y Matias, dueño, camarero y psicólogo no-titulado
del dispensario de vinos y licores. La secuencia
aconteció como les narro:
El teléfono de bar suena. Al otro lado de
la línea, una voz de mujer pregunta por nuestro hombre. El dueño
del bar, conocedor de la historia relatada miles de veces en la
ebriedad de nuestro amigo, tarda unos segundos en reaccionar y
hacerle llegar la respuesta al otro lado de la línea. -Si, aquí
esta, ahora le llamo-. Nuestro hombre, con una total calma,
sorprendente ante el cuasi esotérico acontecimiento, se acerca al
teléfono y solo deja escapar de su boca unas pocas palabras. "Hola, ¿Donde?, allí estaré, un beso". Tras aquello, cuelga, deposita un
billete sobre la barra, espera a que Matias le cobre y le traiga la vuelta. Después, tras un breve “Hasta pronto amigos”, sale del tugurio con su
elegante paso eternamente zigzagueante.
(C) Mikel Lado Peña